EDUCACION RELIGIOSA



La Inteligencia Emocional y la relación con la Educación Religiosa Escolar


El ser humano siempre está en un proceso constante de construcción, en constante relación. No puede evitar ser consigo mismo y con los demás. Tiene unas capacidades cognitivas, psicológicas y afectivas que le permiten ir dando pasos en la construcción de su personalidad, de su cultura y de su sociedad, además de su trascendentalidad.

La educación en este sentido, es la forma, el modo y el espacio, en el que el ser humano puede llegar a ser y desplegar todas sus potencialidades, porque le brinda los elementos necesarios e indispensables para tal efecto. Sin embargo, por mucho tiempo se llegó a reducir la educación al ámbito puramente cognitivo, haciendo que otras capacidades se quedaran relegadas a otros ámbitos, desarrollándose de manera natural pero poco comprendidas y elaboradas. 


Nos hemos acostumbrado a pensar, y sobre todo en nuestra época racionalista, que la inteligencia se fundamenta únicamente en el intelecto o, en concepciones más radicales, se llega a creer que las emociones son un estorbo para el intelecto. Hoy día sabemos que esto no es así.

Este es el caso de la afectividad que muy pocas veces ha sido relacionada con la inteligencia, y escasamente instruida desde la educación, algunas veces por los intereses que están detrás de las propuestas educativas o porque las mismas personas encargadas directamente de la formación del alumno son limitadas por su propia formación y por la misma separación que ha hecho la academia de lo cognitivo y lo afectivo. En el caso de la Educación Religiosa Escolar se lanza la pregunta a la afectividad y cómo esta puede constituir de un modo fundante la experiencia religiosa. ¿Cómo se puede acercar al alumno a la experiencia de lo trascendente a partir de las emociones?

El ser humano, en su estado natural, no llega a desplegar todas sus potencialidades. Corre el peligro de no llegar a ser lo que debe ser; de ahí el significado de la formación integral que apunta a la felicidad y perfección última del hombre. Por eso la educación está llamada a acompañarlo en su proceso de humanización. La formación, entendida como educación[1], no está en el orden del tener solamente instrucción o capacitación sino en el orden del ser. Este llegar a ser que identifica a priori la necesidad de comprender la afectividad como parte inherente del hombre y de la mujer y que no se puede ni se debe dejar relegada cuando pensamos una formación integral, se establece en la pregunta fundamental del proyecto hombre, entendido como sujeto, que toma distancia del individuo precisamente por la educación[2].

Para comprender mejor lo anterior decimos que la afectividad se constituye en el núcleo primordial del sujeto y una propuesta educativa responsable tiene que reconocer, en el abordaje de las relaciones, a la afectividad como punto de partida, porque del buen manejo que se tenga de ella, no solo se reconstruye la interioridad del sujeto, sino que se podrán gestar verdaderos procesos de relacionalidad en todos los niveles. Y es que vamos comprendiendo que los individuos no se humanizan aislados. 

No existe un proyecto de humanización para un solo individuo. Somos seres en relación con…, y debemos aprender a relacionarnos con nosotros mismos, pero también y al mismo tiempo somos nuestras relaciones, familiares, culturales y sociales. La Educación Religiosa Escolar tiene que ser en primer lugar, iluminadora de esta realidad humana y promotora de las relaciones, principalmente aquella que tiene que ver con la propia interioridad y la trascendencia, pero sin dejar de lado lo social.

En este sentido, sabemos que la sociedad no es algo que esté ya constituido, sino que forja desde su realidad al individuo, pero al mismo tiempo el individuo, al hacer-su-vida y desarrollarse como especie, es decir, hacerse humano, participa en la construcción de modos de relación con lo que está modificando la sociedad desde los valores de su propia cultura[3].

La afectividad es un término universal, pero contiene un campo semántico tan amplio que nos vemos en la necesidad de simplemente hacer unas precisiones que pueden ser ampliadas por el lector. Las emociones acompañan desde el principio de la vida a nuestra facultad de conocer. El mismo Dios-Creador en el libro del Génesis manifiesta una serie de emociones al momento de llevar a cabo su Obra[4]

En las primeras representaciones del mundo externo que nuestra memoria guardará para estructurarlas gracias al lenguaje- en esas matrices del pensar- se grabaron también, en forma de significados, todos los temblores, las palpitaciones, la intensa emocionalidad con que fue sentido cualquier contacto-conocimiento.

Las emociones constituyen una parte inherente del ser humano. No podemos evitar sentirnos “emocionados” en diferentes situaciones, como tampoco podemos evitar que otros experimenten las suyas propias. Lo que sí nos damos cuenta es que, en el ámbito de las relaciones, las emociones mal comprendidas, mal manejadas, pueden causar daños a nivel psicológico e inclusive físico[5].

La Educación Religiosa Escolar debe hacer un proceso profundo de desmitificación de la comprensión de las emociones. La misma relación con la trascendencia muchas veces nos hace caer en represiones enfermizas de las emociones o, como sucede en nuestra sociedad postmoderna, en la negación de todo ámbito de lo sagrado por ser este un espacio que cohíbe nuestra capacidad emotiva.

La Educación Religiosa Escolar puede ser colaboradora en el enseñar y desarrollar la capacidad de manejar las emociones; la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos. Porque muchas veces el alumno puede estar siendo afectado por una emoción y no sentirla, porque no le es permitida o no le ha sido permito sentir, debido a que existen los mecanismos de defensa, individuales o colectivos, el inconsciente psicodinámico, etc. 

Como nos damos cuenta, la Educación Religiosa Escolar también pone al descubierto que la inteligencia emocional es un proceso y que la construcción de relaciones también es un proceso. La formación de su identidad, la integración de su personalidad radica en la forma como el alumno aborde sus emociones y como establezca los vínculos adecuados con los demás.


[1]Educar procede del término educere, que consiste en la acción de extraer, hacer salir, ayudar a que aflore una potencia o capacidad. Todo proceso educativo implica una intensión de “hacer aflorar” y de hacerlo de manera sistemática para lograr tal propósito” (Cf. CAMPO, R. & RESTREPO, M; Formación integral;…; p 10).
[2] Cf. TRUJILLO, S;” La Sujetualidad: Un Argumento para Implicar”. Propuesta para una pedagogía de los afectos. Bogotá. Editorial Universidad Javeriana; 2008; p 8.
[3] Cf. CAMPO, R. & RESTREPO, M; Formación integral: modalidad de educación posibilitadora de lo humano…; p 8.
[4] Cf. Gen 1, 1-31.
[5] Cf. GOLEMAN, Daniel; Inteligencia Emocional; p. 9. 


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